Nostalgia de Jazz

Era 2006 y yo una chavalita con ganas de cosas nuevas y estimulantes. Vi el anuncio en el periódico y no me lo pensé: me presenté a la entrevista para entrar a trabajar en el Jazzaldi.
Ante mí, cinco personas. Una de ellas era el director, Miguel Martín, pero a esas edades una ni lo piensa. Les dije que había ido al festival durante años con mis padres, y que quería ser parte de eso. Que haría cualquier trabajo, desde poner las sillas hasta ser parte del equipo de comunicación. El feeling fue inmediato. Y tuve la suerte de que me dijeran que sí. Después de haber trabajado durante diez años en las empresas tecnológicas más punteras del mundo, cuando doy charlas a emprendedores o a grandes entidades, siempre pongo el ejemplo del Jazzaldi como un estandarte de la confianza y el buen hacer. Nunca he ido tan contenta a trabajar. Daba igual las pocas horas que hubiera dormido. Durante cuatro ediciones, fui feliz. Miguel sabe cómo crear una familia (una familia muy numerosa) y hacerte sentir parte de algo especial.

Comento en mis charlas el discurso que nos dio el primer día, en el que nos instó a tomar decisiones. En un festival a veces las cosas no se pueden consultar. Trabajando a horas intempestivas, cada uno en un lugar de la ciudad, a una velocidad vertiginosa, hay que enfrentarse a situaciones nuevas y tener la suficiente confianza como para decidir, aun a riesgo de equivocarse. Pero él nos dijo que podíamos equivocarnos. Que usáramos nuestro criterio, que arriesgásemos. Y si la cosa salía mal, ya lo solucionaríamos. Nunca antes me habían dado ese nivel de libertad y responsabilidad (que luego me sería tan útil en Silicon Valley). Esa responsabilidad y esa confianza depositada en nosotros nos hizo grandes, aunque fuéramos unos chavales. Nunca podré agradecer lo suficiente todo lo que aprendí en aquellas oficinas del Kursaal y del Victoria Eugenia. Los momentos vividos en la playa y en los diferentes escenarios con los fotógrafos, las risas con mi jefe y mis compañeros, nuestras comidas, los backstages, conocer a quien entonces era mi crush, Jamie Cullum, en la Trini, compartir con Mitxel Ezquiaga la entrevista que le hizo al gran Paolo Conte en su camerino, imprimir cientos de acreditaciones para el concierto de Laboa y Dylan en la playa. Cuando tuve que dejarlo, por otros compromisos laborales, no era capaz de ir a ver los conciertos porque no concebía no ser parte de esa gran maquinaria del disfrute. Ahora sí que voy, feliz por todo lo que siguen consiguiendo año tras año, en un festival que es, además de una fiesta del jazz y otras músicas, un espacio de conexión, de democracia cultural y de goce. Perdonen que me emocione, pero es inevitable cuando eres una de las chicas del Jazzaldi. Eso te marca para siempre.
Artículo publicado en la sección de opinión de El Diario Vasco el 26 de julio de 2024